Qué triste...

Qué triste resulta ser aficionado a un deporte cualquiera, en el que gustas de ver espectáculo y buen juego, y tener que asistir al vergonzoso circo que montan dos selecciones para amañar un resultado que clasifica a ambas para semifinales, eliminando a otra selección que al menos jugó limpio para estar ahí.

Qué triste es que, a pesar del robo flagrante y descarado, a pesar de que fue visto por millones de personas, a pesar de que todo el mundo sabe que fue injusto, protestes ante un organismo superior que se supone que ha de defender los intereses del deporte y del "fair play", y lo que recibes sea una patada en el trasero y un portazo en las narices.

Qué triste es ser un deportista joven que ha luchado como nadie para estar entre los primeros del pelotón, que ha entrenado horas y horas cada día, durante muchos meses, a lo largo de muchos años, intendando llegar a lo más alto, para que el premio final que te den por ello sea el descrédito y las sospechas de dopaje. Qué triste es que, a pesar de haber hecho el sacrificio de tu vida, aún tengas que demostrar, ante otros que también defienden el "deporte", que estás limpio, que eres inocente, que jamás te has dopado, y que nunca se te pasó por la cabeza tomar una sola ayuda extra.

Qué triste es que haya deportes en los que, por defecto seas culpable mientras no se demuestre lo contrario. Y si eres inocente, que más da, el daño está hecho y la cabeza colgando en la Plaza Mayor, para que vean que no nos andamos con chiquitas y que otros se lo piensen mejor antes de doparse.

Qué triste es que, a veces, el deporte no sea DEPORTE.

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