( Continuación de la historia que empieza aquí )
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"Miguel Angel, puedes pasar..."
¡GLUB! ... Abro tímidamente los ojos mientras me levanto. Tengo miedo. La puerta del quirófano está abierta y la enfermera me acompaña adentro. Al entrar, me recibe otra enfermera que me pide amablemente que le entregue mis gafas. Lo hago, y cuando las coge se le resbalan entre sus dedos enfundados en latex y caen a suelo. No te preocupes -pienso-, espero no tener que usarlas más. Cuando se agacha a recogerlas, se le caen los bolígrafos que lleva en el bolsillo de la bata... ¡Santo Dios! ¡Esta muchacha es más torpe que Pepe Viyuela!... ¡¡Espero que se mantenga lejos de mi!!.
Sin las gafas no distingo demasiado bien lo que hay a mi alrededor. Además está bastante oscuro. Puedo distinguir una camilla rígida, en horizontal, sobre una plataforma giratoria.... y en cada extremo dos aparatos siniestros, que deben ser los que utilizan para fundirle los ojos a la gente. Entornando mucho los ojos, me parece vislumbrar junto a uno de ellos la imagen de un hombre sentado, iluminada de un blanco celestial. La aparición pronuncia con voz calmada un "Buenos días, Miguel Ángel"... ¿Quién es? Debe ser mi ángel de la guarda, que ha venido en mi rescate... ¡Estoy salvado!. Ah, no... espera... Creo que es el doctor embutido en su bata blanca. ¡Joder, es que no veo un carajo!.
Me tumbo en la camilla giratoria, y lentamente sitúan mi cabeza bajo uno de aquellos aparatos, que despide una luz blanca cegadora. El corazón se me va a salir del pecho. Me cubren el ojo derecho y en el otro me ponen una de esas pinzas que abren los párpados hasta límites que jamas habías sospechado. Me siento como el protagonista de La Naranja Mecánica en pleno tratamiento Ludovico. En breve empezarán a ponerme escenas de películas del Fary, o de Marisol, o qué se yo...
Pero no. Lo único que me piden es que mantenga la mirada fija en una luz verde que no cesa de parpadear. Me cuido de levantar bien la barbilla, aunque no me lo pidan, no vaya a ser que alguien se enfade... De repente veo como un pequeño círculo de metal (anillo de succión, lo llaman) baja hacia mi ojo, posándose suavemente sobre él y apretándolo levemente. Ahora no debo moverme. Son sólo 10 segundos mientras un láser realiza un preciso corte en el epitelio de la cornea. Yo lo único que noto es que mi campo visual se va reduciendo de fuera hacia dentro, hasta que finalmente solo veo un resplandor blanco. Después puedo cerrar el ojo y repiten la operación con el otro. De momento, no siento ni dolor... ni las piernas.
El doctor me tranquiliza diciendo que de momento va todo muy bien. Si puede decirse eso cuando tienes una rebanada de cornea fileteada en cada ojo, pues sí, todo va bien.
Ahora empieza la cirugía en sí... La camilla gira 180 grados, para situarme bajo la otra máquina diabólica que se encuentra en el otro extremo de la camilla. Ésta es la que tiene el famoso láser Excimer, que es el que tiene que pulirme la cornea hasta eliminar el grosor necesario que corrija el defecto visual. Nuevamente me cubren el ojo derecho, y me ponen los forceps en el otro. El doctor se dispone a levantar la lámina que me acaban de cortar un minuto antes. Veo un objeto puntiagudo con forma de gancho, que se me acerca... ¡Ay, Dios! ¡Que me va a pinchar con eso!... Esto sí que no quiero verlo... ¡Joder, no puedo cerrar el ojo! ¡Tengo que verlo por cojones!... Noto como el gancho penetra en mi cornea. No duele, pero tampoco resulta especialmente agradable. El doctor comienza a tirar de mi ojo en todas direcciones. Madre mía... al final me lo saca de su órbita. Finalmente consigue, con no poco esfuerzo, que se levante la "loncha corneal". Suavemente tira de ella hasta levantarla por completo. Vuelvo a ver borroso. Pienso en si mi familia seguirá viendo el espectáculo en la pantalla de la sala de espera, o a estas alturas ya están en el baño vomitando...
Y por fin, el láser. Veo una luz roja bastante difusa, a la que debo mirar todo el tiempo. Me advierten de que voy a oler un poco a quemado, pero que son unos segundos y que no me preocupe, que es normal. Ya. Ponte tú aquí abajo, a ver si tienes huevos de no preocuparte mientras te chamuscan el ojo. Preparados... Listos.... ¡Fuego!. Conectan el aparato, y empieza a hacer un ruido como una turmix a plena potencia. La luz roja se convierte en cientos de lucecitas parpadeantes. Parece un árbol de Navidad... Qué divertido. Bueno no, en realidad no tiene ni puta gracia: me están abrasando la córnea por docenas de puntos diferentes... Y efectivamente, empiezo a oler a quemado. Nunca he sentido la curiosidad, pero ahora ya sé a que huele un ojo humano chamuscado... ¿Alguna vez habéis taladrado una pared con la la black & decker, hasta llegar a la rasilla? ... pues eso.
En apenas 20 segundos, que se hacen eternos, el láser ha hecho su trabajo, y vuelven a ponerme mi epitelio en su sitio. Limpian y alisan la zona con una pequeña esponja, para que no queden arrugas en la lámina, y finalmente me colocan una lentilla terapéutica para proteger el ojo mientras cicatriza. Ya puedo cerrar ese ojo. Que descanse en paz. Ahora toca repetir la operación con el otro y todo habrá acabado.
Por fin, cuando acaban con el otro ojo, suelto un suspiro de alivio. Me dice el doctor que todo ha ido perfecto y que me he portado genial. No te jode, después de escuchar los gritos que le ha dado a Leopoldo, a ver quién es el guapo que le lleva la contraria. Me ayudan a levantarme. Estoy tan tensionado que me duele la espalda y los riñones... Y estoy tremendamente mareado. Es como si hubiera estado una hora seguida montado en el Dragon Khan... cabeza abajo.
Después de una breve revisión post-operatoria, salgo de nuevo a la sala, a reunirme con mi familia. Me reciben con muestras de alivio. No se qué habrán visto en la pantalla, pero están visiblemente pálidos. O soy yo que veo blanquecino, no estoy seguro. El caso es que han soportado la "snuff-movie" como unos valientes. Han estado a punto de comprar palomitas y todo.
Tras soltar la pasta que cuesta todo aquel sufrimiento (sólo por lo mal que se pasa, deberían hacerlo gratis) salgo a la calle protegido por unas gafas de sol. No veo con claridad, pero puedo andar sin chocarme con la gente, que no es poco. Creo que todo ha ido bien, y según el doctor en unos días iré recuperando poco a poco la visión, proceso que puede durar desde unos pocos días hasta meses. Habrá que tener paciencia. Mientras tanto, toca esperar...
Ahora recuerdo que no sé que ha sido de Leopoldo. Cuando salí ya no estaba ni él, ni esos robots que tenía como padres... Pero espero que le haya ido bien y que no sea de los que pasen a engrosar esa pequeña pero ruidosa lista de pacientes descontentos.
Y yo, espero que tampoco.
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